l_luevano@hotmail.com

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Volviendo a la Biblia

¿Hacen falta escuelas, o iglesias responsables?

Las nuevas generaciones de cristianos, especialmente aquellos que desean ser evangelistas a tiempo completo, creen que no pueden cumplir dicho anhelo si no asisten a una “escuela para predicadores”. Muchos padres, en armonía con los deseos de sus hijos, hacen planes para enviarlos a una “escuela bíblica” con la esperanza de que así logren su sueño de ser predicadores del evangelio.

¿Por qué en la mente de tantos hermanos las “escuelas de predicadores” se han convertido en el único camino para ser evangelistas o capacitarse en la enseñanza bíblica? Más aún, ¿existe un verdadero deseo de servir a Cristo y a su iglesia? ¿O será que algunos buscan la fama y el prestigio vano que estas instituciones ofrecen?

La manera en que dichas escuelas presentan a sus egresados —como grandes autoridades en asuntos religiosos— y el hecho de que reciban aplausos, títulos, honores y acaparen los púlpitos para exhibir las “habilidades” que han aprendido en ellas, representan una fuerte tentación. Muchos jóvenes aspiran no solo a predicar, sino también a obtener un salario asegurado, autos y honores, siguiendo el ejemplo de los predicadores formados en esas instituciones.

Veo dos males graves en todo esto.

El primero es la intención carnal que existe en el corazón de algunos que desean ser predicadores. Lamentablemente, su motivación no es el servicio a Dios, sino el poder, el prestigio, los viajes, los mejores asientos, los aplausos y la seguridad económica. Este tipo de motivaciones producen hombres hipócritas, sin celo por la verdad; verdaderos depredadores que buscan escalar más alto sin importar el costo. Si desde el inicio actúan fuera de la voluntad de Dios, ¿qué podría detenerlos en su desenfrenada carrera?

El segundo mal es el papel de quienes viven por y para estas instituciones humanas. Buscan y promueven la gloria para sus escuelas y para sí mismos, dando un mal ejemplo a las nuevas generaciones. Seducidos por su estilo de vida lleno de pompa y vanagloria, muchos jóvenes son atraídos a un mundo que se aleja radicalmente del verdadero servicio cristiano. Sus presentaciones están llenas de elogios y credenciales: “Ha viajado a tantos países”, “Ha dictado tantas conferencias”, “Ha recibido las llaves de la ciudad”, “Goza de gran popularidad entre santos y mundanos”.

En contraste, esto es lo que en su tiempo fue considerado una locura:

“En trabajos, más abundante; en azotes, sin número; en cárceles, más; en peligros de muerte, muchas veces. De los judíos, cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez, apedreado; tres veces, he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar. En caminos, muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez. Y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día: la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?” (2 Corintios 11:23-29).

Lo más terrible es que muchas iglesias, en su comodidad y ociosidad, han aceptado este sistema humano, delegando en estas instituciones la labor que ellas mismas deberían estar haciendo. Pero, dado que el trabajo es arduo y la capacitación de obreros no es sencilla, han preferido dejar que una entidad, no planeada por Dios, se encargue de ello.

¿Qué hace falta para que haya obreros fieles y aprobados por Dios? No más escuelas, sino iglesias responsables, activas y comprometidas con su misión. Se necesitan iglesias celosas de su obra, que comprendan el honor y la gran responsabilidad que el Señor les ha encomendado: capacitar a los santos para la obra del ministerio.

¡Basta ya de tanta infidelidad! ¡Basta, hermanos! ¿No temen que el Señor les quite su nombre? ¿No temen presentarse delante de Él como quienes no hicieron lo que Dios les pidió?

Repito: no hacen falta más escuelas, sino iglesias responsables.

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