Las nuevas generaciones de cristianos, sobre todo en aquellos que tienen el deseo de ser evangelistas a tiempo completo, creen que no pueden llegar a cumplir dicho deseo, si no van a una “escuela para predicadores”. Muchos padres que, en armonía con los deseos de sus hijos, están haciendo planes de enviarlos a una “escuela bíblica”, y así logre su sueño de ser un predicador del evangelio.
¿Por qué en la mente de tantos hermanos están las “escuelas de predicadores” para ser evangelistas, o para capacitarse en cuanto a la enseñanza bíblica se refiere? Sobre todo, ¿hay un verdadero deseo de ser siervos de Cristo, y así, de su iglesia? ¿No será que están buscando la fama y el prestigio vano que ofrecen las escuelas de predicadores? La manera popular en que, dichas instituciones, retratan a los hermanos; como si fuesen las grandes autoridades en asuntos religiosos, recibiendo aplausos, títulos, honores y acaparando los púlpitos en los que presumen las “habilidades” que se les ha enseñado en la escuela, representa una fuerte tentación para que los jóvenes tengan el deseo de ganar sus salarios, tener sus autos y honores que tales predicadores presumen.
Veo dos terribles males en todo esto. El primero, es la intención carnal que existe en el corazón de quienes quieren ser predicadores. La motivación que han recibido, lamentablemente, es la del poder, la del prestigio, la de los viajes, la de los mejores asientos, la de los aplausos, la de dinero asegurado, la de ser superiores. Tales motivaciones tienen el efecto negativo de producir hombres hipócritas y sin celo por la verdad. Depredadores que buscaran escalar más alto al costo que sea, pues si al inicio ya obran fuera de la voluntad de Dios, ¿qué les puede detener en su alocada profesión? El segundo mal, es el que hacen aquellos que ya viven por y para tales instituciones humanas. Están buscando y promoviendo la gloria para sus instituciones, y para sí mismos. Están dando un mal ejemplo a las nuevas generaciones que, seducidos por su forma de vivir, llena de pompa y vanagloria, atraen a los jóvenes a un mundo que se aleja radicalmente del servicio que Cristo tuvo en mente en aquellos que predican el evangelio. Vemos en sus presentaciones largas y llenas de adulación, un currículo tal como, “ha viajado a tantos países, ha dictado tantas conferencias, ha recibido las llaves de la ciudad, goza de gran popularidad entre santos y mundanos”. Por su parte, he aquí un contraste con lo que, en su tiempo, fue tenido como una locura: “en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?” (2 Cor. 11:23-29)
Lo más terrible de todo, es que las iglesias ociosas están satisfechas con este sistema humano que, entregando la obra que ellas deberían estar haciendo. Pero dado que el trabajo es duro, y nada simple en la capacitación de obreros, entonces encargan y dejan que ese trabajo lo haga una entidad que no fue planeada por Dios. ¿Qué hace falta para que haya obreros fieles y aprobados por Dios? No hacen falta más escuelas, sino más iglesias responsables, activas y dedicadas a su obra. Hacen falta iglesias celosas de su obra. Iglesias que comprendan el honor y el valor tan grande que el Señor les ha encomendado, de capacitar a los santos para la obra del ministerio. ¡Basta ya de tanta infidelidad! ¡Baste ya hermanos! ¿No tienen temor que el Señor les quite su nombre? ¿No tienen temor de presentarse delante de él, como quienes no hicieron lo que Dios les pidió? Repito, no hacen falta escuelas, sino iglesias responsables.