Introducción.
Empecemos por entender a qué nos referimos cuando hablamos de la Biblia como “inspirada” porque esa palabra puede confundirnos. El término es un intento de traducir una palabra que aparece solo una vez en el Nuevo Testamento, y no es la mejor traducción, aunque William Tyndale la introdujo en 1526. La palabra se encuentra en 2 Timoteo 3:16, y el griego es “teopneustos” (θεόπνευστος). Este término está formado por dos palabras, una es la palabra para Dios (theos, como en teología) y la otra se refiere al aliento o viento (pneustos, como en neumonía y neumático). Es significativo que la palabra se use pasivamente. En otras palabras, Dios no “sopló” (inspiró) la Escritura, sino que fue “exhalada” por Dios (expiró). Por lo tanto, 2 Timoteo 3:16 no se trata de cómo llegó la Biblia a nosotros, sino de dónde vino. Las Escrituras son “inspiradas por Dios”.
Para saber cómo nos llegó la Biblia, podemos acudir a 2 Pedro 1:21 donde descubrimos que “los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo”. La palabra griega que se usa aquí es “pheromenoi” (φερόμενοι), de “phero”, que significa “llevar” o “traer”. Era una palabra familiar que Lucas usó para referirse al velero llevado por el viento (Hechos 27:15, 17). Los escritores humanos de la Biblia ciertamente usaron sus mentes, pero el Espíritu Santo los guio en su pensamiento para que solo se registraran sus palabras inspiradas. El Apóstol Pablo estableció el asunto claramente en 1 Corintios 2:13, cuando dijo, “lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual”.
La palabra “inspiración” está tan arraigada en nuestro lenguaje como cristianos que continuaremos usándola, aunque ahora sabemos lo que realmente significa: Dios exhaló su palabra y el Espíritu Santo guio a los escritores. Por tanto, bien podemos decir que la Biblia tiene un autor y alrededor de 40 escritores.
Con estos dos actos de Dios, exhalando su palabra y llevando o guiando a los escritores por el Espíritu, podemos llegar a una definición de inspiración:
El Espíritu Santo dirigió a los hombres a escribir. Les permitió usar sus propios estilos, culturas, dones y carácter. Les permitió usar los resultados de su propio estudio e investigación, escribir sobre sus propias experiencias y expresar lo que tenían en mente, pero al mismo tiempo, el Espíritu Santo no permitió que el error influyera en sus escritos. Prevaleció en la expresión del pensamiento y en la elección de las palabras. Por lo tanto, registraron con precisión todo lo que Dios quería que dijeran y exactamente cómo quería que lo dijeran en su propio carácter, estilos e idiomas.
La inspiración de las Escrituras es una armonía de la mente activa del escritor y la dirección soberana del Espíritu Santo para producir la Palabra de Dios inerrante e infalible para la raza humana. Aquí hay que evitar dos errores. Primero, algunos piensan que la inspiración no es más que una mayor sensibilidad a la sabiduría por parte del escritor, tal como hablamos de una idea o invención inspirada. Segundo, algunos creen que el escritor era simplemente una máquina de dictado mecánica, escribiendo las palabras que escuchó de Dios. Ambos errores fallan en explicar adecuadamente el papel activo realizado por el Espíritu Santo y el escritor humano.
¿Cuánto es inerrante?
Si “inspirada” realmente significa “inspirada por Dios”, entonces la afirmación de 2 Timoteo 3:16 es que toda la Escritura, siendo inspirada por Dios, no tiene error y, por lo tanto, se puede confiar en ella por completo. Como Dios no puede mentir (cfr. Hebreos 6:18), dejaría de ser Dios si respirara errores y contradicciones, incluso en la parte más pequeña. Mientras le demos a “theopneustos” su verdadero significado, no encontraremos difícil entender la completa infalibilidad de la Biblia.
La inspiración plenaria y verbal significa que la Biblia es dada por Dios en cada parte y en cada palabra.
A veces se usan dos palabras para explicar el alcance de la infalibilidad bíblica: plenaria y verbal. El vocablo “plenario” proviene del latín “plenus”, que significa “lleno”, y se refiere al hecho de que toda la Escritura en cada parte es dada por Dios. La palabra “verbal” proviene del latín “verbum”, que significa “palabra”, y enfatiza que incluso las palabras de las Escrituras son dadas por Dios. Inspiración plenaria y verbal significa que la Biblia es dada por Dios (y por lo tanto sin error) en cada parte (doctrina, historia, geografía, fechas, nombres) y en cada palabra.
Cuando hablamos de infalibilidad, nos referimos a los escritos originales de las Escrituras. No tenemos ninguno de los “autógrafos” originales, como se les llama, sino solo copias, incluidas muchas copias de cada libro. Hay pequeñas diferencias aquí y allá, pero en realidad son asombrosamente similares. Un erudito del Nuevo Testamento del siglo XVIII afirmó que ni una milésima parte del texto se vio afectada por estas diferencias.[1] Ahora que sabemos lo que significa inerrancia, cubramos lo que no significa.
La infalibilidad significa que es incorrecto afirmar que la Biblia es solo “razonablemente exacta”, como hacen algunos.[3] Eso nos dejaría inseguros en cuanto a hasta dónde podemos confiar en la Palabra de Dios.
¿Qué afirma la Biblia?
¿Es cierto, como dijo John Goldingay, que este punto de vista de la inerrancia “no es afirmado directamente por Cristo o dentro de la Escritura misma”?[4] Veamos lo que dice la Biblia acerca de sí misma.
La visión de los escritores del Antiguo Testamento.
Los escritores del Antiguo Testamento vieron su mensaje como inspirado por Dios y, por lo tanto, absolutamente confiable. Dios le prometió a Moisés que eventualmente enviaría a otro profeta (Jesucristo) quien también hablaría las palabras de Dios como lo había hecho Moisés. Dios dijo, “Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare” (Deuteronomio 18:18). A Jeremías se le dijo al comienzo de su ministerio que hablaría por Dios. El testimonio del profeta dice, “Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca” (Jeremías 1:9).
La palabra hebrea para profeta significa “un vocero”, y el mensaje del profeta fue en nombre de Dios: “Así dice el Señor”. Como resultado, con frecuencia se identificaban tanto con Dios que hablaban como si Dios mismo estuviera realmente hablando. Isaías 5 revela esto claramente. En los versículos 1 al 2, el profeta habla la palabra de Dios en tercera persona, pero en los versículos 3 al 6, Isaías cambia para hablar en primera persona. En ambos casos, Isaías estaba hablando las mismas palabras de Dios. No es de extrañar que el rey David pudiera hablar de la Palabra del Señor como “intachable” (2 Samuel 22:31; véase también Proverbios 30:5, NVI).
El Nuevo Testamento está de acuerdo con el Antiguo Testamento.
Pedro y Juan vieron las palabras de David en el Salmo 2, no solo como la opinión de un rey de Israel, sino como la voz de Dios. Ellos introdujeron una cita de ese salmo en una oración a Dios diciendo, “que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas?” (Hechos 4:25).
De manera similar, Pablo aceptó las palabras de Isaías como Dios mismo hablando a los hombres: “Bien habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías a nuestros padres, diciendo” (Hechos 28:25).
Tan convencidos estaban los escritores del Nuevo Testamento de que todas las palabras de la Escritura del Antiguo Testamento eran las palabras reales de Dios que incluso afirmaron, “La Escritura dice”, cuando las palabras citadas venían directamente de Dios. Dos ejemplos son Romanos 9:17, que dice: “Porque la Escritura dice a Faraón”, y Gálatas 3:8, donde Pablo dijo: “Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones”. En Hebreos 1, muchos de los pasajes del Antiguo Testamento citados en realidad fueron dirigidos a Dios por el salmista, sin embargo, el autor de Hebreos se refiere a ellos como las palabras de Dios.
Jesús creía en la inspiración verbal.
En Juan 10:34, Jesús citó el Salmo 82:6 y fundamentó su enseñanza en una frase: “Yo dije, dioses sois”. En otras palabras, Jesús proclamó que las palabras de este salmo eran las palabras de Dios. De manera similar, en Mateo 22:31-32 afirmó que Dios les había dado las palabras de Éxodo 3:6. En Mateo 22:43-44, nuestro Señor citó el Salmo 110:1 y señaló que David escribió estas palabras “en el Espíritu”, lo que significa que en realidad estaba escribiendo las palabras de Dios.
Pablo creía en la inspiración verbal.
Pablo basó un argumento en el hecho de que una palabra en particular en el Antiguo Testamento es singular y no plural. Escribiendo a los Gálatas, Pablo afirmó que, en las promesas de Dios a Abraham, “No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo” (Gálatas 3:16). En este caso, Pablo citó de Génesis 12:7; 13:15 y 24:7. En cada uno de estos versículos, los traductores usaron la palabra “descendencia”[5], lo cual no cambia la verdad indicada en el hebreo, donde aparece un término singular, como lo indican algunas versiones.[6] La misma palabra se traduce como “simiente” en Génesis 22:18. El argumento de Pablo aquí es que Dios no se refería principalmente a Israel como descendencia de Abraham, sino a Cristo.
Lo significativo es la forma en que Pablo llamó la atención sobre el hecho de que la palabra hebrea en Génesis es singular. Esto demuestra una creencia en la inspiración verbal porque a Pablo le importaba si Dios usaba un singular o plural en estos pasajes del Antiguo Testamento. Por lo tanto, no sorprende que Pablo escribiera que una de las ventajas de ser judío era el hecho de que “se les confiaron las palabras mismas de Dios” (Romanos 3:2, NVI). Incluso, muchos críticos de la Biblia están de acuerdo en que las Escrituras enseñan claramente una doctrina de infalibilidad verbal.
Apología de la auto autenticación bíblica.
Decir que la Biblia es la Palabra de Dios y, por lo tanto, no tiene error porque la Biblia misma hace esta afirmación, es visto por muchos como un razonamiento circular. Es como decir: “Ese prisionero debe ser inocente porque él dice que lo es”. ¿Tenemos justificación para apelar a la afirmación de la propia Biblia al resolver este asunto de su autoridad e infalibilidad? Yo creo que sí.
Dado que la Biblia es la Palabra de Dios, debemos escuchar sus propias afirmaciones sobre sí misma.
En realidad, usamos la “auto autenticación” todos los días. Cada vez que decimos “Creo” o “Pienso” o “Soñé”, estamos haciendo una declaración que nadie puede verificar, aunque en muchas circunstancias se suele aceptar. No obstante, si las personas fueran confiables, el testimonio de uno mismo siempre sería suficiente, cuando no lo es, y no lo es por la simple y sencilla razón de que nos hemos involucrado con el pecado. En Juan 5:31-32, Jesús dijo que el testimonio propio normalmente es insuficiente. Más tarde, cuando Jesús afirmó: “Yo soy la luz del mundo” (Juan 8:12), los fariseos intentaron corregirlo diciendo: “Tú te presentas como tu propio testigo —alegaron los fariseos—, así que tu testimonio no es válido” (Juan 8:13, NVI). En defensa, el Señor mostró que, en su caso, ya que Él es el Hijo de Dios, el auto testimonio es confiable: “Aunque yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es verdadero” (Juan 8:14). En este caso, el auto testimonio es confiable porque el pecado no interfiere. Debido a que Jesús es Dios y, por lo tanto, no tiene culpa (un hecho confirmado por sus críticos en Juan 8:46), se puede confiar en sus palabras. De manera similar, dado que la Biblia es la Palabra de Dios, debemos escuchar sus propias afirmaciones sobre sí misma.
Gran parte de la historia de la Biblia es tal que a menos que Dios la hubiera revelado, nunca podríamos haberla conocido. Muchas teorías científicas proponen cómo surgió el mundo. Algunas de estas teorías difieren solo ligeramente entre sí, pero otras son contradictorias. Esto demuestra que nadie puede estar realmente seguro de estos asuntos porque, de hecho, no había ningún científico allí cuando sucedió todo. Por lo que, a menos que el Dios que estaba allí lo haya revelado, nunca podríamos saberlo con certeza. Lo mismo es cierto para todas las grandes doctrinas bíblicas. ¿Cómo podemos estar seguros de la ira de Dios contra el pecado, de su amor por los pecadores, o de su plan para elegir un pueblo para sí mismo, a menos que Dios mismo nos lo haya dicho? Hilario de Poitiers, un teólogo del siglo IV, afirmó una vez: “Solo Dios es un testigo adecuado de sí mismo”, y nadie puede mejorar eso.
¿Quién cree esto?
La creencia de que la Biblia no tiene errores no es nueva. Clemente de Roma en el primer siglo escribió: “Mira cuidadosamente las Escrituras, que son las verdaderas declaraciones del Espíritu Santo. Obsérvese que nada de carácter injusto o falsificado está escrito en ellos”.[7] Un siglo después, Ireneo concluyó: “Las Escrituras son a la verdad perfectas, ya que fueron dichas por la Palabra de Dios y su Espíritu”.[8]
Este fue el punto de vista de los primeros predicadores de la iglesia, y ha sido el punto de vista constante de los evangélicos desde el antiguo pueblo valdense de Piedmont Valley hasta los reformadores protestantes del siglo XVI en toda Europa y hasta el día de hoy. No todos usaron los términos “infalibilidad” o “inerrancia”, pero muchos expresaron los conceptos, y no hay duda de que lo creyeron. Ha sido el liberalismo el que ha adoptado un nuevo enfoque. El profesor Kirsopp Lake de la Universidad de Harvard admitió: “Somos nosotros [los liberales] quienes nos hemos apartado de la tradición”.[9]
¿Importa?
¿Es el debate sobre si se puede o no confiar en la Biblia simplemente una objeción teológica? ¡Ciertamente que no! La cuestión de la última autoridad es de tremenda importancia para el cristiano.
La inerrancia gobierna nuestra confianza en la verdad del evangelio.
Si la Escritura no es confiable, ¿podemos ofrecer al mundo un evangelio confiable? ¿Cómo podemos estar seguros de la verdad sobre cualquier asunto si sospechamos de errores en cualquier parte de la Biblia? Un piloto dejará en tierra su avión incluso ante la sospecha de la falla más pequeña, porque es consciente de que una falla destruye la confianza en la máquina completa. Si la historia contenida en la Biblia no es correcta, ¿cómo podemos estar seguros de que la doctrina o enseñanza moral es correcta?
El corazón del mensaje cristiano es la historia. La encarnación, en que Dios se hizo carne, fue demostrada por el nacimiento virginal de Jesús. La redención, el precio pagado para nuestro perdón, fue obtenida por la muerte de Cristo en la cruz. La reconciliación, el privilegio del pecador de convertirse en amigo de Dios, se obtuvo a través de la resurrección y la ascensión de Jesucristo. Pero si estos eventos registrados en las Escrituras no son ciertos, ¿cómo sabemos que la teología detrás de ellos es verdadera?
La inerrancia gobierna nuestra fe en el valor de Cristo.
No podemos tener un salvador confiable sin una Escritura confiable. Si, como muchos sugieren, las historias de los Evangelios no son históricamente verdaderas y las palabras registradas de Cristo son suyas solo ocasionalmente, ¿cómo sabemos en qué podemos confiar acerca de Cristo? ¿Debemos confiar en las interpretaciones contradictorias de una multitud de eruditos críticos antes de saber cómo era Cristo o qué enseñó? Si las historias de los Evangelios son simplemente el resultado de las ilusiones de la iglesia en los siglos segundo o tercero, o incluso las opiniones personales de los escritores de los Evangelios, entonces nuestra fe ya no se basa en Jesús y su enseñanza sino en las opiniones de los hombres. ¿Quién confiaría en un salvador poco confiable para su salvación eterna?
La inerrancia gobierna nuestra respuesta a las conclusiones de la ciencia.
Si creemos que la Biblia contiene errores, aceptaremos rápidamente las teorías científicas que parecen probar que la Biblia está equivocada. En otras palabras, permitiremos que las conclusiones de la ciencia dicten la exactitud de la Palabra de Dios. Cuando dudamos de la infalibilidad de la Biblia, tenemos que inventar nuevos principios para interpretar las Escrituras que, por conveniencia, conviertan la historia en poesía y los hechos en mitos.[10] Esto significa que las personas deben preguntarse qué tan confiable es un pasaje dado cuando lo consultan. Solo entonces podrán decidir qué hacer con él. Por otro lado, si creemos en la infalibilidad, probaremos con las Escrituras las teorías apresuradas que a menudo nos llegan en nombre de la ciencia.
La infalibilidad gobierna nuestra actitud hacia la predicación de las Escrituras.
Una negación de la infalibilidad bíblica siempre conduce a una pérdida de confianza en las Escrituras tanto en el púlpito como en las bancas. No fue el crecimiento de la educación y la ciencia lo que vació las iglesias, ni fue el resultado de guerras mundiales. En cambio, fue la fría invasión del liberalismo teológico. Si la historia de la Biblia es dudosa y sus palabras están abiertas a disputa, es comprensible que la gente pierda la confianza en ella. La gente quiere autoridad. Quieren saber lo que Dios ha dicho.
La infalibilidad gobierna nuestra creencia en el carácter digno de confianza de Dios.
Casi todos los teólogos están de acuerdo en que las Escrituras son, en cierta medida, la revelación de Dios a la raza humana. Pero admitir que contiene error implica que Dios ha manejado mal la inspiración y ha permitido que su pueblo sea engañado durante siglos hasta que los eruditos modernos desentrañaron la confusión. En resumen, el hacedor divino confundió las instrucciones.
Conclusión.
Una iglesia sin la autoridad de las Escrituras es como un cocodrilo sin dientes; puede abrir la boca tanto como quiera, pero, ¿a quién le importa? Afortunadamente, Dios nos ha dado su Palabra inspirada, inerrante e infalible. Su pueblo puede hablar con autoridad y valentía, y podemos estar seguros de que tenemos sus instrucciones para nuestra vida.
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[1] Obispo Brook Foss Westcott, The New Testament in the Original Greek (Londres, MacMillan, 1881), 2.
[2] Véase, La preservación de las Escrituras, Lorenzo Luévano. https://volviendoalabiblia.com.mx/2022/01/25/la-preservacion-de-las-escrituras/
[3] John Goldingay, Models for Scripture (Toronto: Clements Publishing, 2004), 282.
[4] Ibid.
[5] RV1960.
[6] La Biblia Textual, IV edición, dice, “A tu simiente” (Génesis 12:7). Véase también la Versión Moderna, II edición, 1929, Henry Barrington Pratt.
[7] Clement de Rome, Primera carta a los Corintios, XLV.
[8] Ireneo, Contra las herejías, XVII. 2.
[9] Kirsopp Lake, The Religion of Yesterday and Tomorrow, (Boston, MA: Houghton, Mifflin Co., 1926), 62.
[10] Véase, Repaso de los artículos «Nada personal (1) y (2)» de Emilio Lospitao por Lorenzo Luévano. https://volviendoalabiblia.com.mx/wp-content/uploads/2021/01/NadaPersonal1y2_Repaso.pdf